Ella no se halla
Dice Cristina que quien escribe no quiere estar...
¿A dónde me voy cuando no me hallo?
Aprendí la frase desde temprano, repetida vertiginosamente por una cierta tía mía apenas unos años mayor que yo: nomehallo, nomehallo, nomehallo en caída libre desde los labios de una chamaca de diez años, y yo escuchándola y sintiendo que aquello tenía más de maullido que de lamento.
Nunca supe de dónde sacó la frase. Yo desciendo de una larga estirpe de recias mujeres que desde hace generaciones adquirieron una densidad vital considerable, lo cual en ocasiones produce en mí el deseo de frotar con una lija a mi madre, a mi abuela, hasta volverlas más livianas y menos evidentes, porque resulta muy incómodo toparme con ellas hasta en las esquinas más ocultas de mi cabeza. Por eso era rara mi tía diciendo que no se hallaba, en una casa donde hasta el gato debía de tener muy presente su ubicación en este mundo.
Empecé a utilizar el nomehallo con mucha precaución, sospechando que a cada mención, yo era menos aquí y más en quién sabe dónde. Me ejercité en el no-estar, ni de casualidad, cuando la vida se estrechaba y yo sentía ahogos, o cuando de tan vasta me provocaba susto y ganas de fundirme con la nada metafísica. Con el paso del tiempo mi tía me dejó la tarea de ser el elemento brumoso de la familia y se dedicó a volverse visible de veinticuatro horas. Yo todavía cultivo el gusto por la desaparición súbita o la borrosidad intermitente, según sea el caso.
A veces me sale mal y no solamente no me encuentro, sino que de tan ausente, de veras ni yo misma sé cuándo regreso. Pero una le agarra práctica a todo. Ahora me dejo recado.
¿A dónde me voy cuando no me hallo?
Aprendí la frase desde temprano, repetida vertiginosamente por una cierta tía mía apenas unos años mayor que yo: nomehallo, nomehallo, nomehallo en caída libre desde los labios de una chamaca de diez años, y yo escuchándola y sintiendo que aquello tenía más de maullido que de lamento.
Nunca supe de dónde sacó la frase. Yo desciendo de una larga estirpe de recias mujeres que desde hace generaciones adquirieron una densidad vital considerable, lo cual en ocasiones produce en mí el deseo de frotar con una lija a mi madre, a mi abuela, hasta volverlas más livianas y menos evidentes, porque resulta muy incómodo toparme con ellas hasta en las esquinas más ocultas de mi cabeza. Por eso era rara mi tía diciendo que no se hallaba, en una casa donde hasta el gato debía de tener muy presente su ubicación en este mundo.
Empecé a utilizar el nomehallo con mucha precaución, sospechando que a cada mención, yo era menos aquí y más en quién sabe dónde. Me ejercité en el no-estar, ni de casualidad, cuando la vida se estrechaba y yo sentía ahogos, o cuando de tan vasta me provocaba susto y ganas de fundirme con la nada metafísica. Con el paso del tiempo mi tía me dejó la tarea de ser el elemento brumoso de la familia y se dedicó a volverse visible de veinticuatro horas. Yo todavía cultivo el gusto por la desaparición súbita o la borrosidad intermitente, según sea el caso.
A veces me sale mal y no solamente no me encuentro, sino que de tan ausente, de veras ni yo misma sé cuándo regreso. Pero una le agarra práctica a todo. Ahora me dejo recado.
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