Luz parda

viernes, octubre 29, 2004

Pensando en la mujer que sabe latín...

"¿Cómo te diría que estoy triste? Si se tratara de la 'vaga, metafísica y vergonzosa tristeza de existir' no habría problema, pues la tenemos bien codificada y definida. Pero esto es otra cosa.
No es propiamente tristeza. Inquietud por haber diferido la realización de un deseo, de una esperanza".
Rosario Castellanos. Carta a Ricardo Guerra.
No voy a ponerme aquí a discutir la larga y compleja relación que sostuvo Castellanos con el único hombre que amó. Eso ya lo han hecho otros, y otras...
A mí lo que me interesa ahora es la nuez amarga del fondo, la madeja dura y reseca de emociones que agotan el repertorio verbal y que definimos con una sola palabra: tristeza.
Queremos volver comprensible el enredo, pero hay cosas que por sabidas se callan. Tenemos la impresión de que los otros intuyen lo que nuestras frases no alcanzan a desplegar; sabemos, más aún, que los demás han vivido algo que se acerca a nuestra experiencia. Pero al no encontrar la palabra justa, el concepto redondo, nos detenemos en el sustantivo bien conocido y caminado: tristeza. Y luego se hace el silencio.
El río frío que te corre por el pecho, decía mi abuela. Y cuando lo decía, se tocaba algo que iba más allá del torax, hacia ese espacio inmaterial que desborda el estómago, que se sale del vientre. Y lo decía, memoriosa, quebradiza, caminando en el vértice de un amor añejo.
La cartografía de lo concreto tampoco alcanza para desentrañar la madeja.
Quedémonos entonces con esa palabra, tan desnuda y tan temible. Quedémonos con el sonido que produce al desprenderse de los labios y que flota un instante antes de escurrir y caer sin hacer ruido.
Acordemos que esa es la palabra que subtitulará el montón de frases que acomodamos torpemente y que derrumbamos con una constatación: "ni yo me entiendo".
Yo quiero utilizarla en la forma en que Rosario Castellanos dudo en hacerlo. Meter en ella el temblor que provoca la posposición de la esperanza. Reflejar en su superficie la imagen de un deseo que camina de espaldas. Tal vez así, al bautizar el desorden, aunque sea con agua turbia, sea más fácil exorcizarlo. Y acaso al nombrarlo, sea menos esquivo y más susceptible a nuestros intentos por cazarlo, por quebrarlo con las manos.
Total, el catálogo de sustos a los que nos exponemos por el solo hecho de respirar es vasto, como vasta tendrá que ser la lista de trampas que ingeniaremos para eludirlos. Darles un nombre no es más que una entre muchas estrategias. Por lo demás, de repente podemos sorprendernos con un brinco en el estómago que nos recuerda que el contento no se ha ido para no volver. La misma mujer que sabe latín.. lo dijo cuando, en Tel-Aviv, recibía noticias de su hijo:
"¡Somos tan poco! ¡Nos consolamos con tan poco!
"Yo por ejemplo, borro todas las cicatrices del pasado, desatiendo todas las presiones del presente, me olvido de todas las amenazas del porvenir con sólo mirar una tarjeta postal a colores que representa el Calendario Azteca y que dice 'estoy muy contento. Saludos'. Y firma: Gabriel".