Luz parda

domingo, noviembre 28, 2004

De Guadalajara a París

Y yo me pregunto, Jorge: ¿Qué es la banalidad?

Por el placer de la copla tradicional

Espejo, sol y luna,
sal a la calle.
Lucero, no me dejan salir mis padres.

Me miras y te miro,
callas y callo.
Así nos estaremos doscientos años.

Dices que no la quieres
ni vas a verla,
pero la veredita no cría hierbas.

(Coplas salmantinas)

Meditando en la existencia
un casacabel resonó,
y mi corazón la esencia
del espíritu sintió.

Ay, cómo me llena el viento,
de Dios me sopla la vida,
la eternidad no la cuento
ni su amor aunque lo mida.

(Coplas jarochas)

sábado, noviembre 27, 2004

Lo que me dijiste

¿Sabes? Está en el acomodo del tiempo, en el ajuste y giros de las rebanadas del cotidiano; en las idas y vueltas de nuestras prioridades, en la reescritura de nuestro guión íntimo y en el cambio de rol que asumen los personajes que pueblan nuestros días y noches. Desde la sabiduría de una nueva amiga hasta la memoria de un episodio caro: ahí está la vida. Y ella es algo más que el largo error que va de sí a uno mismo. Creélo.

martes, noviembre 23, 2004

Supe

Las horas más deliciosas de mi infancia las pasé acurrucada en la mecedora de mi abuelo.
Ahora, me meso y rindo homenaje a la memoria de otra nieta y de otra mecedora.
Mujer de frontera(s): te beso desde acá.

Para Lou

Dice una amiga de las más íntimas razones:
Me voy por las causas de la emoción.

Me adhiero.

Qué viva el viaje.

miércoles, noviembre 17, 2004

Estética de la derrotada

No me importa que el sup diga después que la nostalgia por la derrota no es, a fin de cuentas, ningún consuelo.
A mí lo que me gustó fue la su frase: "Así, el consuelo para el derrotado no es la revancha, sino la belleza".

Recojo las palabras y las dedico a todas mis derrotas tan amadas: "Perdimos, sí, pero éramos tan hermosos".

martes, noviembre 16, 2004

Elogio del insomnio

Si tuviera que levantar el censo de mis noches insomnes, pediría una beca vitalicia.
El problema no está en mi incapacidad (que no es congénita, me consta) para cerrar los ojos antes de las 2 ó 3 de la mañana. Si sólo fuera eso, mis noches, aunque cortas, podría pasarlas sin sobresaltos navegando dentro de la paz de los desconectados.
El problema consiste en el concierto masivo de recuerdos, de figuras familiares, de ideas impertinentes, de carcajadas o de pendejadas a secas y a mojadas que se organiza sobre mi almohada justo en el momento en el que mi cabeza casi llega a alcanzar la oscuridad.
Después de eso, y tras haber intentado inútilmente ordenar la manifestación neuronal para que el cauce conduzca naturalmente al sueño, no queda más que volver a tomar el libro que se resbalaba de entre los dedos minutos antes, poner bajito un disco desgarrado, encender la computadora para leer las desgracias matutinas que aparecen en la prensa de otros países, escribir historias imposibles, memorizar un poema o aprender fonéticamente una canción venida de un idioma ajeno y hermético. Cocinar una tarta mientras se bebe una copita de vino o borrar de un teclazo las 15 páginas trabajosamente escritas en los últimos días y que en ese momento me doy cuenta que ya no podrán volverse algo mejor.
Dejarse llevar dentro de la cápsula de silencio y frío de la madrugada, y disfrutar de un tiempo que parece no gastarse nunca.

viernes, noviembre 12, 2004

Beso en la boca robado a Miguel Hernández

Boca que arrastra mi boca...
No sé si la luz polvosa de esta mañana,
o el frío que se pega a las piernas.
Puede que la oscuridad del pasillo en el que se desmayan los libros
o los talones de unos pies definitivos en el departamento de arriba.

Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.

Creo que más bien las heridas que de vez en cuando
se me abren en la frente.
O tal vez el aletazo de la paloma callejera
que se paró a espiar y a picotearse las pulgas.
El reflejo de mi boca pálida dentro del marco de lata
que despierta los reflejos de otras bocas.

Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

La confusión de letras y polvo sobre la mesa.
Las imágenes que se descuelgan y caen de entre los rizos de mi cabeza
y se amontonan alrededor de la silla de madera.
Esa silla en la que me siento a imaginar una curva
carnosa y levemente sonrojada.

He de volver a besarte,
he de volver. Hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos enamorados.

martes, noviembre 09, 2004

El cielo quedó atrás

Un ojo contra el mal de ojo.
Todavía tengo la media luna girando sobre mi cabeza y el sabor del agua que lame orillas distantes entre los dientes.
Fuí a descubrir y resultó que ya conocía.